martes, 1 de septiembre de 2020

¡Mamá, yo también voy a vendimiar!


       


    Septiembre. Hasta el nombre me parece bonito. Se nos inunda el paladar vocalizando cada una de sus sílabas. Septiembre. Es un mes, que junto con Enero, indica el fin de una etapa y el principio de otra dentro del calendario anual. 
    Septiembre huele al recuerdo de las recientes vacaciones soñadas, Septiembre huele a la ilusión del inminente reencuentro en el patio de un colegio, huele a libros nuevos, a estrenos y a la lucha emocional por recuperar la rutina diaria cuanto antes, pero sobre todo, Septiembre, huele a Vendimia. ¡Sí! A Vendimia, otra palabra bonita, me parece sacada de la escala musical. Y aunque la climatología obligue, en muchas comarcas a adelantarla unas semanas, ocupándose Agosto de los quehaceres propios de Septiembre, a mí me sigue oliendo a uva recién cortada y a trajín bodeguero. 

    Vendimia es ese arte milenario que ha ido olvidando lo artesanal para dejar sitio a la mecanización. Pero, ¿qué sabrán esas cosechadoras  de ruidoso motor, del mimo y cariño con el que nuestros abuelos extraían cada racimo de uva de las cepas? Bien podrían haber sido "matronos" ayudando a venir a la vida a ese oro líquido que saldría posteriormente de la uva palomino.

    En este año tan diferente, en el que  hemos tenido que aplazar nuestros viajes sin poder tachar ningún nombre  de la lista de destinos pendientes, en este verano tan atípico de mascarillas, geles desinfectantes, de distancias seguras  y de incertidumbres, en ¡Mamá, yo también voy! hemos querido aprovechar para que nuestros niños vivieran de cerca las costumbres de su tierra, por eso este año ¡Mamá, yo también voy a vendimiar!.

    Bajo el nombre de Sherry Sunset Challenge, organizamos un concurso de recogida de uva a la caída de la tarde. Formando equipos por hermanos, con recompensas pero sin competitividad, sin experiencia pero con ganas de aprender y con el solo objetivo de pasarlo bien.

    El enclave, la Viña Cerro Nuevo, nos regaló a todos vistas de la campiña jerezana dignas de ser expuestas en una galería de arte. Nos esperaban unas cepas con nutridos racimos en sus entrañas, que curiosamente la cosechadora, carente de sentimientos, ignoró dejándolos secar al sol. 

    Los niños equipados con guantes, sombreros,  tijeras de podar, y con sus canastos en mano, se disponían a recibir unas nociones básicas en la voz de nuestro capataz... "aparta las hojas con mimo, corta con cariño, cógelo con suavidad y ponlo en el canasto con delicadeza para que no mostee..."


                             






    Aunque había premio para todos, las bases del concurso dictaban  que se valoraría la cantidad de uva recogida en el tiempo estimado, el estado de los racimos, la forma de presentarlos.... y descubrimos la complicidad entre hermanos, la poca rivalidad entre unos y otros, el apoyo mutuo y la empatía entre todos, porque mucho más allá del premio final, el gran regalo estaba en hacer aquello que estaban haciendo, disfrutar de la naturaleza, de nuestra campiña y de una tradición que a muchos de ellos ya les parece historia.







    "Mamá, mira qué racimo! ¡Papá, ayúdanos!" y entre sus risas, sus ganas de hacerlo bien y el  viento de poniente que ayudó a soportar la sofocante tarde de calor... cortaron sus primeros racimos de uva con la ilusión de repetir otro año. Sus canastos, rebosantes de dulce palomino, fueron para nosotros el justificante de que la idea de hacer una mini vendimia había sido un éxito.









    Y bajo un sol que empezaba a agonizar dejándose caer sobre el verde horizonte, expusieron sus particulares cosechas, que en esta ocasión no terminarían en un lagar como manda la tradición.... ese challenge lo dejaremos para el próximo Septiembre.

Nota de autora:
No quiero terminar este post sin dar las ¡GRACIAS! a Pepe Herrera por habernos brindado la oportunidad de llevar a cabo esta experiencia en este enclave tan maravilloso. Y ¡GRACIAS! a Antonio Campos por estas preciosas fotos.


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